«En la guerra hay que trabajar con miedo, no con pánico»

Acaba de regresar de Irak. Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) es uno de esos hombres que piensan que el periodismo es la caja negra de la conciencia de la sociedad. Humilde, sensato, contador de historias de la gente, viajero. Reportero de guerra y combatiente de la palabra. Intermediario entre el dolor y el olvido. Su obsesión es llegar a la raíz de lo que ocurre, ayudar a que la sociedad entienda que no hay dramas ajenos.

Ha trabajado como enviado especial de “Heraldo de Aragón” en la guerra del Golfo y en distintos conflictos armados en la antigua Yugoslavia, África, Asia y América Latina. Los desaparecidos en el mundo y la lucha contra las minas terrestres antipersona son sus inquietudes constantes. No es aragonés de nacimiento pero parece que esa tozudez que dicen que tienen los que viven a orillas del Ebro se ha fijado en su persona. Su empeño por dar voz a los olvidados es su mayor obsesión.

Elena Herrera. Hace menos de un mes recibiste el Ortega y Gasset en la categoría de Periodismo Gráfico por tu fotografía Sofía y Alía ¿Después de todo este tiempo que significa un reconocimiento como este para ti?

Gervasio Sánchez. Lo agradezco y me gusta, sería estúpido decir lo contrario. Los premios impulsan a seguir trabajando pero también es verdad es que hay personas a las que nunca han premiado y que son grandes profesionales. Los galardones hay que recibirlos con humildad y digerirlos con cuidado, por eso soy muy poco partidario de que premien a la gente joven. A los jóvenes hay que darles becas para que desarrollen sus buenas ideas, pero premiarles es peligroso. Por desgracia hay mucha gente que cuando recibe un premio se le tuerce la mente y se cree que ya lo ha hecho todo.

E.H. Eres autor de varios libros fotográficos como El cerco de Sarajevo, Vidas minadas, Kosovo… ¿Por qué eliges la fotografía para muchos de tus trabajos?¿Qué te ofrece que no te proporcionan las palabras?

G.S. Cualquier soporte me parece bueno para transmitir información. En la Facultad nunca estudié fotografía, he aprendido sobre la marcha, mirando, observando, metiendo la pata. He tenido la suerte de encontrar por el camino a los mejores fotógrafos del mundo, gente humilde y profesional. La fotografía tiene una ventaja sobre todo lo demás y es que no necesita traducción. No requiere de intermediarios, por eso tiene esa fuerza rotunda. Cuando una imagen funciona se lo come todo, incluso a la televisión.

E.H. Tras más de veinte años de profesión y millones de imágenes timbradas con tu cámara ¿recuerdas cuál fue la primera fotografía de la que te sentiste orgulloso?

G.S. Las primeras fotografías de las que me acuerdo son de 1984. Yo estaba en El Salvador, mi estancia coincidió con la primera vez que la guerrilla y las fuerzas gubernamentales se juntaban para hablar del fin de la violencia, aunque luego la paz se firmó ocho años después. Recuerdo que fue un momento muy emotivo. En aquella ocasión hice fotos y, ahora, cuando las veo, pienso que son malísimas. No creo que haya una única imagen de la que esté satisfecho, lo importante es seguir una evolución. Cuando miro mis primeras imágenes siento una especie de ternura, pero cuando hago un análisis más serio veo que son pobres. Al fin y al cabo es la vida, nadie nace siendo listo.

E.H. El grueso de tu carrera profesional tiene lugar lejos de las redacciones ¿Qué diferencias encuentras entre el “periodismo de oficina” y el trabajo de campo?

G.S. El periodismo es una actividad de equipo. Si yo no tuviese en las redacciones para las que trabajo gente que me ayudara, no podría hacer mi trabajo. No colaboraría con alguien que me trata de forma despectiva. Ésta es una profesión en la que muchas veces la pompa se la lleva la persona que menos ha trabajado. Los que se encargan de la previsión, facilitan los datos y buscan los contactos hacen una tarea rigurosa pero menos visible. Son los grandes olvidados.

E.H. Después de más de veinte años cubriendo conflictos extremadamente violentos ¿No le preocupa que el miedo pueda influir en la narración de lo que ve?

G.S. El miedo es el mejor antídoto para evitar cometer errores. En la guerra hay que trabajar con miedo, no con pánico. Hay que ser consciente de los riesgos y tomar decisiones en función de una serie de normas en las que, por encima de todo, está la seguridad. Tienes que evitar que te ocurra algo y eso no significa quedarte en el hotel o escribir a tres kilómetros del lugar de la noticia. Hay que saber no seguir hacia delante cuando la situación es complicada. El miedo es un buen termómetro para marcar la temperatura del ambiente.

E.H. Couso, Miguel Gil, Kurt Schork ¿No sientes que has dejado a demasiados compañeros en el camino?

G.S. Lo pienso muy a menudo. Las muertes de Miguel Gil, Julio Fuentes o Ricardo Ortega son historias que he vivido muy de cerca. Ricardo Ortega, por ejemplo, estuvo a punto de venirse conmigo a Irak en lugar de Haiti, si hubiera sido así, ahora estaría vivo. En el fondo, a mi, los compañeros que han muerto me sirven un poco de ayuda psicológica, hacen que me sienta responsable para hacer mi trabajo. Esta responsabilidad hace que siga trabajando porque pienso que si ellos estuvieran vivos también lo seguirían haciendo.

E.H. Después de tanto tiempo contemplando situaciones de extremo dolor ¿no le da miedo acostumbrarse a la muerte?

G.S. No me voy a acostumbrar nunca a esto, ni quiero acostumbrarme. No quiero acostumbrarme a algo que es muy doloroso. El día que vaya a un sitio donde suceden este tipo de hechos y no sienta una convulsión en mi interior, no volveré. Si no sientes lo que estás viendo ¿cómo vas a transmitir? Sería absurdo. No voy a la guerra como una aventura, voy a estos sitios porque es mi trabajo e intento contar desde un punto de vista personal discreto. Cuando empezó la guerra de los Balcanes pensé que iba a ser un conflicto largo, los políticos decían que iba a durar dos días, cuando acabó, después de diez años, me dio por pensar en qué dirían ahora esos imbéciles. Con la guerra de Irak ha pasado lo mismo, los gobernantes decían que iba a durar poco y ahí seguimos, ahora es cuando pienso que ojala me hubiese equivocado. En 2003, cuando estuve en Bagdad me di cuenta de que había dos focos que iban a ser la vuelta de tuerca del conflicto; los secuestros de extranjeros y la guerra entre los chiíes. Algunos amigos míos de partían de risa, ahora cuando los veo soy yo el que me río de ellos.

E.H. La guerra de Irak parece haberse convertido en algo cotidiano ¿por qué crees que ha ocurrido esto?

G.S El problema de la guerra de Irak en España es que no se ha cubierto. Se cubrió en 2003 con cámaras que veían caer bombas a 300 kilómetros. Salvo el asesinato de José Couso, nadie en sus cabales puede decir que tuvo problemas. Hay gente que dice que esta guerra cansa, que es repetitiva, pero los muertos de hoy no tienen nada que ver con los de ayer. La gente sigue sufriendo y lo que has visto hoy no es igual que lo de ayer, lo de hoy no lo has visto nunca. Nunca hay un límite, las cosas son siempre distintas si las observas desde el punto de vista de la gente que sufre.

E.H. ¿A qué huele Irak?

G.S. Desgraciadamente Irak está metido en una ratonera. Huele a que no hay una salida clara, dentro de cinco años seguiremos hablando de un Irak en unas condiciones muy complicadas. Habrá mejorado algo, pero mejorar no es que haya menos muertos que el mes pasado sino que haya una verdadera salida a los conflictos. Es una situación muy difícil de controlar. Irak es un país partido, en el norte están los kurdos, en el sur los chiíes, hay masivos desplazamientos de población… Irak huele mal.

E.H. “En realidad, salvo por el nombre, África no existe” ¿estás de acuerdo con estas palabras de Kapucinsky?

G.S. Él era un experto en África y Ébano es uno de los mejores libros que se han escrito sobre ese continente; es una reflexión sobre lo que es África, sobre lo que pudo ser, lo que no es, lo que no será nunca y lo que será siempre. La mayoría de los conflictos olvidados están en África, allí la gente muere de una manera apabullante. De África se habla como un todo, como si no hubiera centenares de grupos étnicos, de culturas distintas, personas diferentes físicamente… se habla como si todo fuera igual. Es injusto. La evolución de los medios va en esa línea, ya casi no quedan corresponsales en África. Nunca hemos tratado a este continente con el respeto que se merece.

E.H. Llevas una década trabajando en un proyecto de sensibilización y denuncia sobre las armas terrestres antipersona, si te digo la palabra mina ¿qué se te viene a la cabeza?

G.S. Cuando hace trece años les decía a mis amigos que iba a hacer un proyecto sobre las minas me decían que si me iba a ir a Asturias, imagínate. Las minas son armas que acechan a los civiles cuando comienzan a salir del túnel de la guerra. Las políticas de reconstrucción de países quedan muchas veces veladas por culpa de estas armas. Si te pones a quitar las minas, tendrás que esperar cinco o seis años para comenzar el proceso de desarrollo. Como no hay paciencia, al final se acaban haciendo las cosas de cualquier manera.

E.H. En tu última viaje a Irak creaste un “diario en forma de cartas para explicar (y explicarte) el desastre que se vive en este país” ¿Qué te llevó a crearlo?

G.S. Eso ya lo hicimos el año pasado con Heraldo. Yo escribía y durante el día se publicaba en el digital y, al día siguiente, aparecía en el periódico. Es algo que está funcionando bien pero yo no puedo mantener una regularidad en lo que es el periodismo de actualidad. Yo sé que quiero hacer estas cosas en momentos puntuales. En sitios en los que puedan escribir por lo menos diez o quince días y que sea información relevante… Irak, Afganistán, Palestina. En cualquier otra circunstancia la noticia sólo dura tres días.

E.H. ¿Te resulta difícil informar sin caer en las presiones de los intermediarios?

G.S. Eso tiene una respuesta fácil. Si yo hiciera periodismo local con la misma obsesión con la que hago periodismo internacional, habría tenido problemas en cualquier medio. El periodismo internacional tiene la gran suerte de que estás en un sitio alejado. Nunca me han llamado para decirme “esto no lo vamos a publicar”, nunca. Y eso que a veces he escrito cosas muy fuertes. Al contrario, me han dicho “esto va a traer cola” y yo he dicho “¿cuál es el problema?”.

E.H. ¿Cómo hacer para no caer? ¿Dónde están los límites?

G.S. Para mi no hay límite que valga, yo sé de personas que han sido marginadas por escribir cosas que no gustaban al medio. Pero pienso que ese es el precio que hay que pagar, esto hay que seguir haciéndolo, es nuestra obligación. El periodismo ha perdido la batalla con los políticos, con las empresas… hay temas muy jodidos como lo que hacen Repsol en África, Endesa en Chile o los grandes bancos en América Latina. Son temas sobre los que me apetece indagar pero que requieren una investigación muy profunda. Hay que fomentar los comités de empresa, que las redacciones tengan cada vez más independencia para que cuado haya un problema muestren una postura fuerte y uniforme. En el periodismo la sindicación está muy poco valorada.

E.H. Iñaki Gabilondo habla de “tener valor, valer y tener suerte”, ¿qué crees que tiene que hacer un aspirante a periodista para llegar a serlo?

G.S. El periodismo no se diferencia de otros oficios. Si quieres ser un buen periodista tienes que estudiar, tener intuición, tienes que mirar de otra manera, buscar el modo de presentar las historias de forma no repetitiva, evitar lo más fácil. Las buenas historias se encuentran, a patadas, alrededor de tu casa. Los problemas están aquí al lado. Es un error creer que la formación de la Universidad es el fin, en realidad ni siquiera es el principio. Estoy seguro de que se puede llegar a ser un buen periodista a pesar de los malos profesores que habitualmente hay en la Universidad. Lo importante es buscar tu propio camino.

E.H. ¿Qué harías con la carrera de periodismo para que de verdad sirviera a los estudiantes?

G.S. Hay que seleccionar al profesorado no en función de su imagen mediática, sino en función de su conocimiento. Los profesores tienen que tener una dedicación laboral exclusiva y tomarse en serio su trabajo. Al fin y al cabo, ellos son el modelo, los alumnos quieren ser como sus profesores.

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2 respuestas to “«En la guerra hay que trabajar con miedo, no con pánico»”

  1. Lucía Says:

    Hola!

    Soy Lucía (Madrid), de clase, y he llegado a tu blog saltando de una página a otra. Te escribo para felicitarte por la entrevista a Gervasio Sánchez. Es uno de mis fotógrafos favoritos y realmente le admiro como periodista y fotógrafo (mi última adquisición ha sido Vidas Minadas, una auténtica maravilla). Creo que en ‘pocas’ preguntas le has sacado muchas cosas interesantes y que me apuntaré en mi cabeza.

    Ciao!

  2. Pizpireta Says:

    Lucía: Muchas gracias. La verdad es que fue un placer enorme mantener una conversación con Gervasio. Es una persona humilde y valiente, todo un ejemplo para los que nos queremos dedicar a esto.

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