No estaría mal que algunos comenzaran a sacudirse los complejos. Los avances hacia la laicidad del Estado no suponen una ofensiva antirreligiosa sino que son, a mi modo de ver, un impulso a las libertades comunes. Es entendible eso de que, cuando la democracia comenzaba a caminar por sí sola en este país, Felipe González no se atreviera a romper con el Concordato de la Santa Sede de 1977. Pero ha llovido mucho, demasiado, desde entonces. En el Congreso Federal que el PSOE celebró el pasado julio se aprobó una resolución que apostaba por la laicidad como puente hacia una mejor convivencia, un acuerdo que, al parecer, ha caído muy pronto en el olvido. La Comisión de Justicia que se celebró ayer en el Congreso sólo dejó clara una cosa, que el Gobierno sigue achantándose ante la Iglesia Católica. De las seis proposiciones no de ley que defendió Izquierda – Iniciativa per Catalunya Verds, el PSOE tumbó cuatro entre las que se encontraban asuntos tan incómodos como la apostasía, la revisión de los acuerdos con la Santa Sede y la reflexión sobre la eutanasia. La subcomisión sobre el aborto se reunirá hoy, pero sus conclusiones también van a ser aplazadas.
¿Para cuándo el Gobierno va a atreverse a profundizar en la laicidad? El Estado español es un ente que se pluraliza, crece y avanza con sus nuevos pobladores y en el que ya no caben ciertas decisiones. Por cierto, yo estudié en una escuela pública en la que un cruzifijo de madera presidía una de las paredes del aula, justo encima de la pizarra. Qué paradoja, ¿no? Y eso también, ¿hasta cuándo? ¿O es que todavía no toca?
Bailando el Agua 